Apuntes sociológicos VI: el viajero y su doble o el complejo de falsedad

Para muchos, el desarrollo del turismo significa nada menos que la pérdida fundamental de una autenticidad: la del viaje. El turismo surge aquí como una amplia operación de falsificación del mundo que, al hilo del acondicionamiento material y humano de su infraestructura, lo deforma todo y cada vez más. - El turismo no es sólo el robo del viaje al viajero, sino la traición de lo real. Para algunos, es una evidencia: un truismo. Bajo una avalancha de camelos, de verborrea, de juicios, de comparaciones, de obligaciones oculares y obligaciones deambulatorias, la realidad aparece disuelta, enterrada bajo un montón de discursos parásitos que dificultan su inteligibilidad. El turista actúa sobre el mundo como una gigantesca anamorfosis.
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Gregario, superficial, propicio a confundir verdad y mentira, decorado y realidad, el turista es el itinerante que sale en busca de los signos tópicos de un país, que acepta sin parpadear (en pago al precio de su visita) que le den gato por liebre. Toma por emanación de lo auténtico lo que no es más que artificio engañoso, nube de signos fácticos, testimonio de un tipismo falsificado, de una seudo-autenticidad de uso externo, destinada a los primos.
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El turista, incapaz de detectar a los falsificadores de lo auténtico que se cruzan en su camino, es un viajero siempre engañado, siempre traicionado. Es ése que comprará a un desconocido confidencial a la vuelta de la esquina, en las ruinas de Cartago, una verdadera falsa moneda romana, con garantía de antigüedad y con la que se quedará encantado.
El idiota que viaja, Jean-Didier Urbain (1993)

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