Apuntes sociológicos IV: el turista y el viajero, relato de unas costumbres

El turista no es un viajero sin cualidades. Hombre de mirada múltiple, explorador de las redes de comunicación, visitante de los confines del mundo y aficionado los desiertos A los objetos acumulados en las “tiendas de curiosidades” sucedieron las impresiones, los relatos, los recuerdos, las memorias, las descripciones y los testimonios; toda una literatura, a menudo ilustrada, cuya abundancia da prueba del desarrollo de una nueva forma de conocimiento, que luego fue prolongada por la fotografía y el cine…Pero, desde entonces, con el desarrollo del turismo y excluyendo los asuntos profesionales y oficiales que la legitiman, la curiosidad del viajero, en la persona del turista, ha cambiado de valor. De deseo de conocimiento, se ha convertido en un deseo indiscreto y parece haber perdido en humanismo todo lo que según ha ganado en barbarie. Cada cosa a su escala, se puede decir que el turismo contemporáneo es un poco como la invención de la bomba atómica: no sólo un fenómeno de civilización, sino una revolución irreversible que sobrepasa a sus inventores y con la cual, en el fondo, no se sabe qué hacer, si un comercio o un hipotético instrumento de paz. Al final, resulta difícil acomodarse a estos progresos. Si la bomba atómica da al hombre el absurdo poder de hacer estallar el planeta, el turismo internacional, por su parte, permite considerar la posibilidad de superponer al sedentarismo funcional de las sociedades modernas un nomadismo universal más o menos controlado que, al multiplicar los contactos entre culturas, multiplica también, como en una reacción en cadena, las posibilidades de choque, de querellas, de conflictos, de odios y de envidias. “Quien sueña con viajar, debe preocupaciones olvidar, al alba estar en pie, no demasiado cargar, con paso igual andar y saber escuchar”.
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El idiota que viaja, Jean-Didier Urbain (1993)

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